Mi amor por los barrios chinos.

Viví por largo tiempo en la Ciudad de Nueva York, mi familia y yo buscabamos un lugar en la ciudad que estuviera a nuestro alcance, y en efecto, encontramos un espacio semi en ruinas en la parte alta de una tienda de té y cerámica en esa zona de Chinatown en que solo se habla chino y no encuentra uno otro tipo de personas que no sean orientales. La tarea de restauración y habilitación de nuestro pequeño estudio fue ardua, pero desde el primer día nos sentimos como peces en el agua aun a pesar de no entender el idioma y nuestra imposibilidad para leer los letreros en calles y tiendas. Nuestra estancia en aquel lugar marco nuestra vida de tal forma, que al partir la nostalgia por el té de leche recién hecho, el aroma a pato frito entrando por las ventana y nuestras caminatas diarias entre el bullicio de la gente, nos ha llevado a visitar tantos barrios chinos como hemos tenido cerca. siempre en busca de salvar la nostalgia, de llenar el hueco con una aromática pasta, o una caminata entre calles decoradas con faroles rojos siempre llenas de comerciantes, o una taza de té de Hong Kong bien caliente. En ese periodo de mi mi vida aprendi tanto cuanto pude sobre el té integrandolo a mis costumbres familiares, sobre la cocina de las diferente regiones de China, su música, y la forma de vivir y pensar de su gente, hicimos amistades, pero sobretodo nació en nosotros una familiaridad y un acercamiento con esa cultura que antes nos parecía tan lejana. A partir de entonces la distancia y la nostálgia nos han hecho en un intento desesperado por llenar el ausencia visitar cuanto barrio chino nos sea posible en diferentes ciudades, para sentirnos al menos por un momento como en casa.

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