AMOR POR LOS LIBROS......
- Zoar Malek
- 4 sept 2020
- 5 Min. de lectura
LA PASIÓN DE TODA UNA VIDA

Crecí en una casa donde los libros se apilaban polvorientos en varios desordenados libreros dispersos por la casa, libros antiguos, de hojas amarillentas y resecas que fácilmente se quebraban al tacto de los dedos, y otros menos viejos, de papel tan delgado como la piel de una cebolla que despedían olor a años y a mucho uso. Libros estos, con antiguos grabados llenos de detalles que me contaban el contenido de sus páginas, en aquella época en que las letras eran para mi aun símbolos abstractos y carentes de sentido. Acariciaba sus cubiertas de piel dura y pesada con letras opacadas por el tiempo que alguna vez habían sido doradas. o aquellas portadas blandas y frágiles, que había que tocar con sumo cariño como las alas de un ave herida. Libros con paginas de papel lustroso, o áspero y reseco, papeles translucidos y suaves como pétalos de flores, amarillos, blancos, grisáceos, con manchas de humedad que formaban figuras caprichosas, papeles que olían a viejo, a pegamento de cola, o a fuerte tinta. Eran para mí como cajas de misterioso contenido, cuyo intrigante secreto me inquietaba. Fui una niña peculiar no puedo negarlo, solitaria y silenciosa, como un fantasma, en una casa llena de habitantes donde todos tenían vidas ocupadas para detenerse por la pequeña. Tenía antes de entrar al colegio, mucho tiempo para hurgar por los rincones de la casa y descubrir sus misterios y los libros eran el más grande de ellos. Pasaba horas ante sus laminas, los viejos grabados de Doré que ilustraban las Cruzadas, me hacían temblar y abrieron para mí un mundo temerario y fascinante. La formación en líneas escalonadas de las letras de los poemas de Bécquer, me intrigaban sin entender su sentido, y sin noción alguna de lo que el ritmo y la métrica eran. Las ilustraciones coloreadas de Las Mil y Una Noches me parecían inquietantes y más de una vez me quitaron el sueño. Y las flores secas que se desprendían de entre las páginas de algún poemario, me parecían las lágrimas del libro, que lloraba de abandono. Ante mis manos se abría el mundo viejo y lejano de las lecturas juveniles de mis padres, abrir aquellos libros era en parte acercarme a ellos. Quería conocer el contenido de todos esos volúmenes, escuchar las voces que dormitaban en su interior, penetrar en aquel mundo hasta entonces cerrado para mi, motivo este por el que soñaba con aprender a leer. El primer libro que mi padre me fue leyendo lentamente y poco a poco en sus escasas tardes libres fue La Odisea de Homero, cuando yo apenas cursaba el jardín de niños, no estoy segura de que tanto entendía de aquellas lecturas, pero el ritmo de la voz de mi padre al leer era tan cálido y acogedor que me hacía sentir segura y a salvo, me cobijaba junto a él sobre su cama, recargando mi cabeza en su pecho, mientras trataba de dar forma en mi joven mente a tritones, nereidas y ciclopes, escuchando la respiración constante y pausada de mi padre. Entonces me parecía aquello el lugar más seguro de la tierra. Tenía yo cinco años y para mí el intrépido Ulises era mi padre, capaz de vencer a cualquier criatura por terrible que esta fuera. Sin embargo, con tristeza diré que para mi aprender a leer no fue tan fácil, pese a la fascinación que me despertaban los libros, en el cole, las letras se tornaban voluntariosas se saltaban de un lado a otra de la pagina, se peleaban entre sí, hacían sus caprichos, se enchuecaban y retorcían, se reían y me insultaban y al final yo terminaba siempre regañada por la profesora, por las necedades de aquellas caprichosas. Todos mis compañeros terminaban su lección mientras yo seguía en la segunda línea con un montón de letras insolentes, retorcidas y mal encaradas. Reprobé el primer grado y nadie me auguraba un buen futuro como lectora. En mi segundo intento de primer grado me toco una profesora joven, cariñosa y observadora, que descubrió con acierto que yo conocía bien todas las letras, solo había que entender porque al enlazarlas pronunciaba sonidos tan disparatados que formaban palabras totalmente absurdas. Mi profesora del grado anterior, una mujer malhumorada y poco paciente, insistía en que me burlaba de ella y que era yo distraída e insolente por lo que del banquillo del castigado no me movió nunca. Afortunadamente una de mis hermanas me observo en casa y descubrió que en efecto, conocía todas las letras, me llevo frente al espejo, colocó un libro y me hizo leer… Ahí estaban todas las respuestas, si tan solo mis papás lo hubieran descubierto antes, me hubieran ahorrado muchas lagrimas, regaños, castigos, y todas esas infinitas y frustrantes tardes frente al cuaderno, viendo caer las lagrimas, sobre el papel, sintiéndome incapaz de entender lo que leía. Una vez resuelto el problema mi mundo cambio, las cajas misteriosas que eran los libros se fueron abriendo poco a poco, conocí todos los títulos de los libros de mi casa, La Eneida, Poemario de Carlos Pellicer, La Celestina, Introducción a la Filosofía, Filología Explicada, Romanzas y Leyendas, Diccionario de Etimologías Greco-Latinas, El Llano en Llamas, el Lobo Estepario, Demian, La Feria, Las Mil Y Una Noches, Introducción a la Lógica Simbólica, Los Diálogos de Platón, Poemario de Rubén Darío… La Nueva Enciclopedia Temática, en su edición de 1966 fue mi puerta a un mundo nuevo, quería yo saberlo todo. Nuevas palabras se fueron anexando a mi vocabulario, gracias al Pequeño Larousse y a mi madre que siempre me estimulaba a no quedarme jamás con ninguna duda. Nadie hubiera dicho que solo nueve años después, la pequeña a la que se le movían las letras había ya leído todos los clásicos de su casa y comenzaba inquieta a buscar autores nuevos. Los libros fueron mis amigos de infancia y juventud, un montón de amigos viejos y sabios que jamás me permitieron sentir la soledad de una familia que se desmembraba, o de un mundo al que nunca parecí pertenecer. Desde entonces he ido por ahí, despertando libros dormidos, dando vida a sus páginas, sintiendo su respiración aletargada en cada hoja, cuanta vida hay dentro de ellos, cuantas voces dormidas nos esperan y cuanta eternidad, así jamás podre estar sola, pues miles antes que yo, sintieron, pensaron y vivieron cosas tan similares a mí, y miles después que yo, seguirán regalándonos a través de las letras sus historias, experiencias y pensamiento. Un libro es siempre un refugio, un rincón seguro, una ventana abierta, un amigo silencioso, un boleto a un mundo nuevo y el lugar más cálido y seguro de la tierra.
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